Utiliza una red de neuronas para formar engramas que conservan vivencias. Este proceso es clave en la memoria humana y en cómo recordamos experiencias.
Es posible que todos, alguna vez, nos hayamos preguntado por qué ciertos momentos se quedan grabados en nuestra mente como si hubieran sucedido ayer, mientras que otros se desvanecen casi de inmediato. ¿Qué mecanismo subyace en nuestro cerebro para que podamos recordar, con lujo de detalles, el día de nuestra graduación o el aroma de la cocina de nuestra abuela? La ciencia de la memoria ha avanzado de forma impresionante en las últimas décadas, revelando aspectos fascinantes sobre cómo almacenamos y recuperamos las experiencias que, en conjunto, conforman nuestra identidad.
Los estudios recientes están cambiando nuestra perspectiva: el cerebro no almacena recuerdos como piezas aisladas, sino como redes dinámicas de conexiones neuronales, que se adaptan y evolucionan constantemente. Estas redes se activan no solo al recordar una experiencia, sino también cuando nos exponemos a estímulos sensoriales o contextos que nos evocan un recuerdo. En palabras del neurocientífico Tomás Ryan, de Trinity College en Dublín, “más que un archivo, la memoria es una escultura en constante modificación”. ¿Pero cómo exactamente lleva a cabo el cerebro este intrincado trabajo de creación y recuperación de recuerdos?
En el centro del proceso de la memoria se encuentran las llamadas células engrama, un conjunto especializado de neuronas que se activan durante experiencias específicas y que, al fortalecerse sus conexiones, crean la huella de un recuerdo. Cada vez que experimentamos algo nuevo, estas células forman conexiones más fuertes entre sí, un proceso que los científicos describen como “las neuronas que se activan juntas, se conectan juntas”. Este principio, basado en los trabajos de Hebb, explica cómo nuestras experiencias van dejando trazas o “engramas” en distintas regiones del cerebro.
Las investigaciones más recientes, como las realizadas por el equipo del Dr. Ryan y publicadas en Current Biology, han revelado que estos engramas no solo son responsables de almacenar la experiencia en el momento, sino también de reactivarse cuando intentamos recordar el evento. Es decir, cuando intentamos evocar un recuerdo, el cerebro reactiva las mismas células engrama que se activaron en el momento de la experiencia. Este mecanismo permite acceder a la información “guardada” en nuestras neuronas.
La plasticidad sináptica es el proceso mediante el cual las conexiones entre neuronas se fortalecen o debilitan en función de la frecuencia y la sincronización de sus activaciones. La potenciación a largo plazo (LTP), por ejemplo, es un fenómeno que permite que ciertas conexiones se mantengan fuertes y duraderas, algo esencial para la consolidación de la memoria. Por el contrario, la depresión a largo plazo (LTD) ayuda a deshacer conexiones que ya no son necesarias, permitiendo que el cerebro se mantenga eficiente y flexible.
La plasticidad sináptica permite que el cerebro adapte sus circuitos a medida que experimentamos cosas nuevas o aprendemos habilidades. Este proceso es lo que hace posible, por ejemplo, que podamos recordar una calle de nuestra ciudad, incluso si solo la hemos recorrido una vez, o bien olvidarla con el tiempo si nunca volvemos a pasar por ahí. El fortalecimiento o debilitamiento de las conexiones es lo que define qué información permanece en nuestra memoria y cuál se desvanece.
El rol del hipocampo y la neurogénesis en la memoria
Una región crucial en la creación y almacenamiento de recuerdos es el hipocampo, una estructura en forma de caballito de mar ubicada en el lóbulo temporal. Esta zona es responsable de consolidar la memoria a largo plazo y de transferir recuerdos desde la memoria a corto plazo a una estructura más estable en la corteza cerebral. Según estudios recientes, el hipocampo es una de las pocas áreas del cerebro adulto que sigue generando nuevas neuronas, un proceso llamado neurogénesis.
La neurogénesis en el hipocampo es particularmente importante en el aprendizaje y en la retención de nuevas experiencias. De hecho, investigaciones han mostrado que el ejercicio físico estimula el crecimiento de nuevas neuronas en el hipocampo, lo cual podría mejorar la memoria. Este proceso es especialmente importante en la prevención de problemas de memoria relacionados con la edad, ya que permite que el cerebro mantenga su capacidad de aprendizaje y adaptación a lo largo de la vida.
Recuperación de los recuerdos y la importancia del contexto
Recordar un evento no es simplemente una cuestión de activar una conexión neuronal; requiere de un contexto adecuado que facilite la activación de las células engrama. El cerebro utiliza información contextual —como el lugar, las emociones y otros detalles sensoriales— para facilitar el acceso al recuerdo almacenado. Esto explica por qué a veces un aroma o una canción pueden transportarnos instantáneamente a un momento específico del pasado.
Además, estudios en neurociencia han mostrado que el cerebro no solo recupera recuerdos aislados, sino que puede integrar elementos de varias experiencias en una única narrativa coherente. Esto se debe a que los engramas de recuerdos similares están vinculados, lo que permite activar redes de memoria más amplias. Sin embargo, este mismo mecanismo también puede llevar a recordar detalles incorrectos, ya que el cerebro tiende a completar lagunas en los recuerdos con información de experiencias similares.
El papel del sueño en la consolidación de la memoria
Otro factor esencial para la memoria es el sueño, especialmente la fase de sueño de ondas lentas, en la cual el cerebro reestructura y consolida los recuerdos. Durante esta fase, el hipocampo re-activa las experiencias recientes, fortaleciendo las conexiones sinápticas necesarias para trasladarlas a la corteza cerebral, donde los recuerdos a largo plazo quedan almacenados. La falta de sueño puede perjudicar este proceso, dificultando la consolidación de lo aprendido durante el día.
Comprender cómo nuestro cerebro crea y recupera recuerdos tiene implicaciones directas en el tratamiento de trastornos de la memoria, como el Alzheimer y otros tipos de demencia. Además, conocer los mecanismos de la memoria y el aprendizaje puede ayudarnos a mejorar nuestras habilidades de estudio, a desarrollar estrategias para retener información de forma efectiva y a comprender cómo influyen nuestras emociones en lo que recordamos y olvidamos.
En definitiva, la memoria es mucho más que una simple capacidad de recordar eventos; es una herramienta que, a través de complejas redes neuronales, da forma a nuestra identidad y nos conecta con el mundo que nos rodea.