Si no se toman más medidas, corremos el riesgo de un calentamiento desenfrenado.
Si los años de sequías, inundaciones, olas de calor e incendios forestales devastadores ocurridos desde que se adoptó el Acuerdo de París nos han enseñado algo, es que hemos subestimado la velocidad del cambio climático extremo y desestabilizador.
El mundo se ha calentado alrededor de 1,1 grados Celsius con respecto a los niveles preindustriales, en gran parte desde 1950, y las temperaturas siguen en ascenso.
Por eso era tan importante que más de cien países se sumaran la semana pasada a una coalición encabezada por Estados Unidos y la Unión Europea para reducir las emisiones mundiales del potente gas de efecto invernadero metano en al menos un 30 por ciento para 2030.
Sin embargo, los delegados reunidos en una conferencia mundial sobre el clima en Glasgow tienen que hacer más:
por la seguridad del planeta, tienen que profundizar su actuación y con más rapidez para limitar el aumento de la temperatura a corto plazo.
Para empezar, es necesario que más países se sumen al pacto sobre el metano, entre ellos China, Rusia e India, los tres mayores emisores de metano del mundo, e Irán, que se encuentra en el noveno lugar
Estados Unidos, que la semana pasada dio a conocer su propio plan agresivo para contrarrestar las emisiones de metano, ocupa el cuarto lugar, seguido de Brasil, que firmó el acuerdo).
Por supuesto, esto resume el desafío del cambio climático: las fronteras no pueden proteger contra el calentamiento del planeta, así que todos los países deben unirse a la lucha, sobre todo los que más contaminan.
Para aquellos que se han sumado al pacto contra el metano, su compromiso debe ir aunado a acciones reales, no de palabras, si queremos frenar el calentamiento antes de que las consecuencias sean catastróficas.
Esto forma parte de una estrategia de mitigación esencial, junto con la rápida eliminación del carbón y la protección de los bosques, para frenar el cambio climático.
El otro elemento de esa estrategia es la reducción de las emisiones de los contaminantes climáticos más nocivos, los que, junto con el metano, potencian el calentamiento a corto plazo.
Métodos
Sin recurrir a la geoingeniería del clima, ésta es la forma más rápida de frenar el calentamiento global.
Estos supercontaminantes, como los llamamos, tienen el potencial de poner en peligro los sistemas naturales esenciales, ya que aceleran el derretimiento del hielo marino del Ártico y de las capas de hielo de la Antártida y Groenlandia y el deshielo del permafrost en las regiones boreales del mundo.
Ese deshielo será desastroso para el clima si acaba liberando las enormes cantidades de metano y otros gases de efecto invernadero que hay en el suelo congelado.
Sabemos, por las mediciones del aire atrapado en el hielo antártico, que la cantidad de metano en el aire ha alcanzado su nivel más alto en al menos 800.000 años.
Y dado que las emisiones de metano pueden ser más de 80 veces más potentes en el calentamiento del planeta en 20 años que el dióxido de carbono, la reducción del metano tiene un papel especial en la limitación del aumento de la temperatura a corto plazo.
Otros dos contaminantes climáticos de vida corta también son muy potentes:
los hidrofluorocarbonos, utilizados sobre todo en la refrigeración y el aire acondicionado, y el hollín de carbono negro, causado por la combustión incompleta de combustibles fósiles, madera y residuos orgánicos, como los desechos del jardín y las granjas.
La reducción de estos contaminantes es posible con la tecnología actual y podría limitar aún más el aumento de la temperatura en las próximas dos décadas que las estrategias orientadas solo al dióxido de carbono , lo cual evitaría el triple de calentamiento para el año 2050.
Estamos avanzando, pero no con la suficiente rapidez.
En 2016, 197 algunos países acordaron reducir el uso de hidrofluorocarbonos en más de un 80 por ciento en los próximos 30 años, con el potencial de evitar casi medio grado Celsius de calentamiento para finales de siglo.
Esos países tienen que acelerar ese calendario y proporcionar apoyo financiero adicional para ayudar a algunos países de bajos ingresos a cumplirlo.
En California, las reglas de aire limpio redujeron las emisiones de hollín negro en un 90 por ciento desde los años sesenta.
Esto puede repetirse en otros lugares.
En particular, el mundo debe centrarse en las emisiones de carbono negro procedentes de la producción de petróleo y gas en el Ártico.
Estas partículas oscurecen la nieve y el hielo, lo que reduce la reflexión de la radiación solar en una región que se está calentando a un ritmo tres veces superior al mundial, con el potencial de influir en los patrones climáticos globales. La reducción de estas emisiones debería ser una prioridad mundial.
En resumen, necesitamos una estrategia global combinada de disminuciones importantes de las emisiones de dióxido de carbono y de reducción de las emisiones de metano y de estos otros supercontaminantes.
De lo contrario, no conseguiremos limitar los aumentos de temperatura a corto plazo ni la posibilidad de un calentamiento descontrolado.
Todos los países deberían hacer un esfuerzo conjunto.
Paul Bledsoe es asesor estratégico del Progressive Policy Institute. Durwood Zaelke es coautor del libro “Cut Super Climate Pollutants Now” y presidente del Institute for Governance & Sustainable Development, donde Gabrielle Dreyfus es la científica principal.