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jueves, marzo 28, 2024
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La condenaron a perpetua, estuvo 12 años presa y era inocente: ella dice que el asesino camina por el pueblo

En 2005 María Gauna y su marido, Omar Bartorelli, fueron encontrados ensangrentados en el jardín de su casa. El había sido asesinado y ella fue condenada.

Lo siniestro puede develarse en lugares inesperados. A menos de 100 kilómetros del bullicio rosarino se erige Arequito, un enclave de campos fértiles y casas bajas donde la tranquilidad se confunde con monotonía. El lugar, conocido por ser la cuna de La Sole y la capital nacional de la soja, perdió la calma el 6 de febrero de 2005. En ese pueblo de Santa Fe aquel domingo a la hora de la siesta sobrevino el horror.

Eran casi las dos y media cuando el Oficial Ayudante de la policía provincial, Gregorio César Saucedo, acudió a un llamado de urgencia que habían recibido en la sede prevencional. En la esquina de las calles Monseñor Pugliese y Víctor Moneta, una voz anónima había denunciado haber encontrado a dos personas cubiertas de sangre. El jardín de la casa que compartía el matrimonio de María Rosa Gauna y Omar Bartorelli era el sitio del hallazgo.

Detrás de las rejas negras los vecinos se congregaron para ser testigos de una escena impensada para ellos. Desde allí se podían ver dos cuerpos en el piso. Una mujer joven y menuda; a su lado, un hombre alto. Los dos semidesnudos. Más tarde el reporte policial no pudo ni siquiera precisar el color original de su ropa interior teñida de rojo sangre.

Ingrid Gauna se encontraba en su casa, ubicada a pocos pasos de la de su hermana mayor, cuando Melina Cian llegó corriendo a darle aviso.

Ingrid vení que en la casa de tu hermana… un desastre-, le dijo su vecina.

Desde la vereda la hermana pudo ver el cuerpo inmóvil de María. “Ella estaba tirada en el piso, Omar no se movía. A partir de ahí empezó una tragedia”.

Es probable que en la historia de Arequito lo que sucedió ese día se recuerde como uno de esos episodios que sacuden los cimientos de un pueblo. En la memoria de la familia Gauna cada detalle cobra un significado minucioso. Esa tarde Omar Bartorelli perdió la vida como resultado de un homicidio que no fue resuelto por la Justicia. El reporte de la policía distinguió tres heridas cortantes en su abdomen, y la cara destrozada por los golpes que le habría asestado su asesino. María Gauna estaba inconsciente cuando su marido fue hallado muerto. Ese margen temporal permaneció como un espacio fundido a negro en su cabeza; todo lo que sucedió antes y después, en cambio, dejó una huella indeleble. La investigación judicial fue encarada como un “crimen pasional” y estuvo encaminada sobre una hipótesis excluyente; demostrar la culpabilidad de la única persona encontrada con vida en la escena del homicidio. María Gauna fue sentenciada a cadena perpetua por el asesinato de Bartorelli, y pasó 12 años en la cárcel.

María Gauna y Omar Bartorelli durante su noviazgo.

María Gauna y Omar Bartorelli durante su noviazgo.

El hallazgo de una prueba clave permitió que la Corte Suprema de Santa Fe revisara el caso ordenando la libertad de Gauna el 20 de diciembre de 2016. Como resultado, la causa se reabrió para investigar qué sucedió aquella tarde. La mujer que estuvo presa durante más de una década reclama por el avance de la investigación y apunta a una tercera persona. A pesar de haber sido liberada, la Justicia continúa sin reconocerle derechos como heredera de su marido y aún no pudo volver a la casa que compartía el matrimonio. Hoy María trabaja como docente en una escuela primaria de su pueblo natal, Sauce, en Corrientes, y continúa peleando por su verdad: “Espero que la justicia me devuelva mi casa para tener una mejor vida”.

Detrás de la reja

Aquel domingo de febrero, Mauricio Riego y Omar Bartorelli habían planeado mirar un partido de fútbol local luego de pasar por el campeonato de bochas. “Si no llego a la una, andá yendo”, le dijo Mauricio a Omar cuando hablaron por teléfono. Riego estaba casado con Ingrid, la hermana menor de María Gauna, y hacía tiempo que era amigo de Bartorelli. Fue él, de hecho, quien los presentó cuando los dos estaban solteros. María viajaba todos los años desde Corrientes para visitar a sus hermanas, Olga e Ingrid, cuando el receso escolar se lo permitía. Las vacaciones de verano eran una oportunidad para estadías más prolongadas, en las que la vida familiar se combinaba con la cotidianidad del pueblo. Fue en una de esas visitas, en el verano de 2001, cuando Omar y María se encontraron en la casa de su hermana y empezaron a conversar. “Después de ese primer día, él me contó que fue como un flechazo, ‘con esta mujer me caso’”, le habría dicho a Mauricio un tiempo después. Otro receso invernal como docente y café de por medio comenzaron una relación a distancia que se extendió durante dos años y medio. “Como en esa época no teníamos celulares, nos escribíamos cartas”. A veces se comunicaban desde la cabina telefónica de sus pueblos. Omar en Arequito, María en Sauce. De a poco el vínculo fue creciendo hasta que decidieron casarse el 8 de julio de 2004. Ella dejó su vida en Corrientes para mudarse a Arequito y pedir su traslado cerca de su nuevo hogar. En esos primeros meses de matrimonio, María se concentró en el cuidado de su casa y en proyectar una familia: “después de la luna de miel empecé un tratamiento para quedar embarazada, me habían operado dos veces de los ovarios y habíamos consultado con un doctor de Casilda que me iba a derivar a un especialista en Rosario”. Siete meses más tarde, ese futuro que parecía promisorio se cubrió de un manto oscuro. El 6 de febrero de 2005 “le arrebataron cruelmente la vida a mi marido y también me quisieron arrebatar la mía”, dice hoy María Gauna.

María Gauna y Omar Bartorelli en su boda.

María Gauna y Omar Bartorelli en su boda.

Cuando Mauricio llegó a lo de su cuñada una sensación de adrenalina le recorrió el cuerpo. “Fui el primero que saltó la reja de la casa. Fue terrible, ese día lo voy a recordar siempre. Estábamos durmiendo y vino una vecina a avisarnos, salí corriendo para allá”. Para el momento en que recorrió los pocos metros que separaban su propia casa de la escena del crimen, un amontonamiento de vecinos preparados para avasallar con todo lo que encontraran a su paso y la ambulancia habían acudido perturbados al lugar. Mauricio Riego dejó pasar a Carlos Reggiardo, el médico a cargo del servicio de emergencia, y asistió al camillero para cargar a las víctimas. “Primero la corrimos a María para cargarlo a Omar en la ambulancia. Cuando la levanté a ella de las axilas sus brazos se cayeron para atrás. Tenía las muñecas tan cortadas que la palma de la mano se le separó, tenía una abertura del ancho de una malla de reloj”. Mauricio creyó que su cuñada no sobreviviría. De camino al hospital local S.A.M.Co, le espetó al chofer de la ambulancia, otro lugareño conocido.

-Richard, acelerá a fondo.

Durante los minutos que duró ese trayecto, el médico y la enfermera Mafalda Coloccini se miraban en silencio. Mauricio intentaba descifrar cada gesto de reserva. “Pensé que no me querían decir nada para que no me preocupara”. Gauna ingresó al hospital con un shock hipovolémico y una fuerte hemorragia. Había perdido tanta sangre que quedó en coma e hizo dos paros cardiorrespiratorios. Pero estaba viva. Su marido, en cambio, había muerto en el jardín de la casa que compartían. Ella tuvo que ser trasladada al Sanatorio Primordial de Casilda, a casi 30 kilómetros de Arequito, para sus primeras dos operaciones. La tercera intervención fue en el Sanatorio de la Unión Obrera Metalúrgica, donde fue atendida por el Dr. Fabián Passotti, quien aportaría el testimonio clave que permitiría su libertad años más tarde.

“Cuando entraron al quirófano yo estaba ahí; después de la operación el médico salió y nos dijo ‘no sé cómo se salvó esta chica’”, recuerda Mauricio. A María la sometieron a tres cirugías para reconstruir el daño en sus muñecas, los cortes le habían destrozado los tendones y venas de ambas manos. Al día siguiente, cuando despertó en terapia de la confusión de la anestesia, estaba incomunicada y rodeada de policías. En un momento de lucidez pudo contar lo que había vivido la noche anterior. “El asesino estuvo en mi casa” aseguró enseguida. Convencida de la identidad del responsable, apuntó a una persona del círculo familiar de su marido. Ese mismo testimonio que ofreció a la Justicia el 7 de febrero de 2005 fue el que sostuvo todos los años que siguieron. Sin embargo, la sospecha de una tercera persona nunca fue la principal hipótesis de la investigación. La versión de María Gauna fue calificada de “inexplicable” por la instrucción de la causa. En su lugar, los interrogantes se direccionaron para demostrar que la asesina había sido la misma persona que había recobrado su vida hacía unos instantes.

El relato de María Gauna

Eran pasadas las tres de la tarde cuando el subjefe de los Bomberos Voluntarios de Arequito, Leandro Molina, pudo ingresar a la casa de Gauna y Bartorelli. Como el fotógrafo forense todavía no había llegado, tuvo que tomar prestada una cámara digital para registrar con algo más que su memoria lo que estaba por ver: la puerta principal abierta y una llave manchada de rojo colocada del lado interior. Desde allí, el reguero de sangre se extendía para recorrer desde el comedor hasta el pasillo que llevaba a la habitación principal. Un reloj pulsera con su malla desprendida al costado de la puerta, una bicicleta tirada en el porche y una lata de yerba caída en el piso eran algunos de los elementos que prefiguraban las pistas de una pelea. Afuera, el sol de la llanura fulminaba a los paseantes. Adentro, los ambientes estaban sumidos en una profunda oscuridad. Las luces apagadas, las ventanas cerradas, sus persianas bajas. Las aspas en movimiento de un ventilador eran el único signo de vida en aquel dormitorio matrimonial. El fucsia del cubrecamas se fundía en la misma mancha carmín que acompañaba a cada paso desde la entrada. Sobre la cómoda de madera habían quedado algunas prendas de vestir, un florero, un alhajero y un espejo de pared. Allí no había signos de intromisión. Tampoco en el placard que tenía sus puertas cerradas, según consignó el reporte policial. En el centro entre aquellas cuatro paredes la cama parecía haber sido la sede de un episodio violento, unas esquirlas de vidrio esparcidas sobre el colchón se asemejaban a los restos de una botella de cerveza. A pocos centímetros, escondida debajo de la almohada, una cuchilla de cocina se presentaba como el arma homicida. Sobre la mesa de luz, 118 pesos y tres boletos para ver al circo Veracruz. Si cada detalle habla, el truco es saber escuchar.

Hace ya nueve años que la Dra. Susana Nogueras se jubiló de su cargo como jueza penal de instrucción en el distrito de Casilda, pero recuerda “perfectamente a la causa porque me constituí en el lugar y le tomé declaración a la señora”. Un día después del crimen, el ambiente estaba tan enardecido que Mauricio Riego pensaba en las puebladas históricas que había vivido en Arequito. La de 2003, cuando Luis Pedro Cignoli, un joven del pueblo, había sido asesinado a puñaladas como producto de un hecho que fue calificado “de inseguridad”. Cuando el cuñado de María Gauna volvió al pueblo desde el sanatorio, sus vecinos se estaban por movilizar hacia la plaza para protestar y exigir el esclarecimiento del asesinato. “A las 4 de la tarde estaba todo caldeado, entonces el domingo el comisario Lino Secretín y algunos miembros de la Comuna aparecieron en el canal de Arequito a decir que nos quedáramos tranquilos porque se trataba de un crimen pasional”.

En el Sanatorio Primordial, María recién salía de una cirugía general cuando le tomaron testimonio por primera vez en la investigación que la encontraría culpable. “Yo estaba muy dolorida, declaré bajo anestesia y con el efecto de calmantes. Eso fue una gran irregularidad”. A pesar de la sensación de nebulosa que permanecía en su mente, ella dice que podía recordar con claridad lo que había pasado antes de quedar inconsciente. La noche previa al crimen habían ido a cenar a la casa de su hermana Olga junto con Ingrid, su marido y los hijos del matrimonio. María todavía estaba de luto por la muerte de su madre una semana atrás y hacía poco que habían vuelto de Corrientes para recobrar un poco de tranquilidad en Arequito. Luego de comer unas pizzas y para calmar los ánimos, Omar Bartorelli le había prometido una escapada al circo junto a sus sobrinos, Florencia y Hernán. Alrededor de la una de la mañana, Omar fue a llevar su auto Falcon a la cochera de sus padres, que vivían a 100 metros. En ese ínterin María ingresó sola a la casa de la calle Moneta, y allí dice haber encontrado una escena inesperada. “Abrí la puerta de entrada y me sorprendí; la puerta del pasillo que daba a las habitaciones estaba entrecerrada. Me llamó la atención porque siempre la dejábamos abierta”. La presencia de una tercera persona era la piedra basal que sostenía su inocencia. “Cuando abrí la puerta del pasillo apareció un señor alto encapuchado y con un arma en la mano”. Desde aquel día, su testimonio no se corrió ni una coma de lugar: “Pegué un grito, este señor me tomó de la cintura y me apuntó con un arma de fuego. ‘Tranquila, no te va a pasar nada’”. Ella estaba segura de conocer aquella voz ronca. Gauna repitió durante más de una década un mismo nombre como el autor del asesinato. Un nombre que no fue considerado como sospechoso en la investigación judicial. En cada declaración y en los escritos presentados en su defensa apuntó a una persona del círculo familiar de Bartorelli. Su decir pausado no titubea cuando reconstruye cada minuto de aquella noche: “Le dije que Omar estaba por venir. Yo no podía caminar, estaba temblando. Él me dijo: ‘vamos a la pieza y dame la plata’”.

La casa de María Gauna y Omar Bartorelli en Arequito.

La casa de María Gauna y Omar Bartorelli en Arequito.

La defensa de Gauna se afirma en la hipótesis de un móvil económico. El viernes anterior al asesinato, Omar debía retirar 25 mil pesos (el equivalente a cerca de $1.500.000 actuales) del Banco Bisel para comprarle un tractor a su padre, Carlos Bartorelli. La familia compartía su trabajo en el campo y el negocio a través de la firma Acopio Arequito, por lo que buena parte del círculo de allegados estaba al tanto de esa operación que finalmente no se concretó. “Yo le dije, ‘¿qué plata?’, no tenemos”. Ante la insistencia del hombre, María se sentía petrificada. “Me ató las dos manos y en ese instante llegó mi marido”. Su relato continúa en una sucesión de acontecimientos que terminaron en un estado de inconsciencia: Gauna dejó pasar a su marido como pudo; Omar Bartorelli, quién habría reconocido a la misma persona que ella, se quedó tan helado que dejó caer su bicicleta en la puerta. El intruso lo amenazó: “entrá porque los mato”. Fueron atados con un cable en el comedor mientras el ladrón seguía buscando dinero. María tenía guardada algo de plata en el baño que estaba a medio construir; eran ahorros para festejar los 15 años de su sobrina María Laura. En la penumbra se levantó como pudo y echó mano de una bolsita con mil pesos. Ese monto no era suficiente. “Ya que no me quieren dar la plata, les voy a dar de tomar algo para que se duerman”. En dos vasos les sirvió un líquido efervescente. Después de tomarlo fueron llevados por la fuerza hasta la cama. Cuando María despertó recuerda haber pedido auxilio, podía escuchar la voz de su marido tratando de gritar. Las horas que siguieron permanecen como un signo de interrogación. En un lapsus de lucidez, Gauna supo que su marido estaba muerto. Lo que siguió a esa vorágine de caos, vecinos y policía fue el comienzo de una investigación que apuntaría a una sola culpable. Me condenaron por quedar viva. Yo siempre fui inocente y sostuve la misma historia desde el primer momento”.

Doce años después, la Corte Suprema de Santa Fe le daría la razón.

Un grito desde la cárcel

El 4 de febrero de 2008 a María Gauna le quedaba un día para cumplir el plazo de su prisión preventiva. Era viernes cuando recibió la noticia del Juzgado en lo Penal N° 7 a cargo de Carina Lurati. “Homicidio calificado por el vínculo” rezaba la carátula de la sentencia. La hipótesis con que la habían condenado a cadena perpetua indicaba que había asesinado a su marido mientras dormía “dándole muerte por la herida producida en la región external izquierda con una cuchilla de 21 cm de hoja, mango plástico blanco”. Según concluyó la Justicia de primera instancia, Gauna habría comenzado por golpear a su esposo en el dormitorio con una botella de cerveza, para luego herirlo de muerte y arrastrarlo hasta el jardín. Una vez allí se había cortado ambas muñecas en un intento de suicidio infructuoso. La Dra. Susana Nogueras fue la jueza que intervino en la instrucción del caso. “La procesé y el juez de sentencia aplicó los mismos criterios. Todo lo que hice fue conforme a las pruebas que tuve en el momento”, explica. Aún así, quedaban interrogantes sin responder. ¿Qué la había motivado a cometer el asesinato? ¿Cómo había hecho con su contextura física para mover el cuerpo de Omar Bartorelli?

En la Comisaría de la Mujer de la Alcaidía de Casilda, donde María estaba presa desde que recibiera el alta médica, el mundo se le vino abajo cuando supo que estaba condenada. “Sentí que algo me traspasaba el corazón, ‘yo de acá no salgo más’, pensé. Tenía miedo de que me llevaran a una prisión”. La noticia que le perforó el ánimo había llegado después de tres años de penurias. Las primeras semanas en la cárcel María las recuerda como las más duras. Su lucha era física y emocional, todavía no podía asimilar la muerte de su marido. “Yo todavía lo esperaba, pensaba ‘Omar va a venir’. Comencé a hacer terapia semanal, me llevó un tiempo aceptar la realidad. No entendía por qué estaba ahí”. Las heridas y las operaciones la habían dejado con las dos manos enyesadas. “No podía ni tomar sola una pastilla. Era un dolor tan profundo que no lo podía creer”. Sus hermanas Olga e Ingrid se turnaban para ir a darle de comer, bañarla y hacerle compañía. Cada minuto era un proceso de adaptación. La mujer de gestos mínimos estaba obligada a una convivencia para la que no la habían preparado. Su celda era lugar de tránsito de mecheras y piratas del asfalto sin condena firme. “Cuando ingresé tenía miedo, creo que adelgacé como 20 kilos en una semana”. Mientras María rezaba para aferrarse a un resultado incierto y daba clases de lengua a los internos para pasar el tiempo, su familia tomó las riendas de la causa con la expectativa de demostrar su inocencia.

Desde el primer día su cuñado, Mauricio Riego, se propuso esclarecer el asesinato de Omar Bartorelli. No solo por María, sino por la memoria de su amigo. “Cuando lo sacaron de la iglesia le di un beso al cajón y le dije: ‘hasta que no sepa qué pasó, no voy a parar, esto no va a quedar así’”Con su esposa embarazada y un hijo pequeño, se sintió movilizado a investigar. La misma noche del asesinato comenzó una pesquisa para demostrar la presencia de una tercera persona en la casa de la calle Moneta. Ese día se enteró de la transacción que Bartorelli debía concretar, aquellos 25 mil pesos que había planeado sacar del banco para la compra de un tractor. Para él, era una primera pista. “Fueron pasando cosas, en un pueblo chico uno saluda a todo el mundo, y hubo personas que nunca había visto, que vinieron a nuestra casa y nos contaron cosas”. En el transcurso de la causa aparecieron testigos que dijeron haber visto a un hombre en la casa de Gauna y Bartorelli en los momentos previos a ser encontrados en el jardín. Como un sabueso, Riego se dedicó con tesón a encontrar pruebas y a refutar medidas durante la investigación judicial. El abogado de Gauna, Hernán Martínez, apunta que “cuando la policía le tomó declaración, ella planteó que hubo otra persona que cometió el hecho. Esa versión no se modificó en ningún momento, lo señaló con nombre y apellido y la investigación nunca apuntó hacia allí”. La defensa planteó una serie de irregularidades, desde que el cuchillo homicida había sido peritado por el carnicero del pueblo, hasta la falta de muestras dactilares o ADN que pudieran demostrar la presencia de otra persona. “El accionar de la policía fue paupérrimo desde un primer momento. Nunca se preservó la escena del crimen”, dice Martínez.

Mauricio Riego y Omar Bartorelli

Mauricio Riego y Omar Bartorelli

Durante los años de apelaciones y una búsqueda de esclarecimiento tan agobiante como inútil, María parecía haber perdido toda esperanza. Al igual que la justicia, la familia de su marido la creía culpable. La noticia de su condena era tan difícil de digerir que “volví a caer en un estado de tristeza, comía un bocado y no podía tragar”. Luego de que la Cámara de Apelaciones en lo Penal de Rosario confirmara la sentencia inicial, la familia de Gauna recurrió a una última posibilidad. “Yo tomé el caso a fines de 2009 y presentamos un recurso de revisión ante la Corte de Santa Fe. En el análisis de la causa vimos que había una prueba confusa, que era un informe de un médico que la había operado”, explica el abogado Hernán Martínez. La declaración de Fabián Passotti, el médico que había operado a María para suturar los cortes en las muñecas, era la pieza que podía empezar a desmontar la hipótesis que la inculpaba. “El había determinado que María fue encontrada con los tendones flexores de las muñecas seccionados, pero no aclaraba si eran los superficiales o los tendones profundos”. Los informes médicos presentaban discrepancias en un punto crucial: si las heridas eran en los tendones profundos resultaba imposible que Gauna hubiera podido tomar el cuchillo para autolesionarse luego de matar a su marido. Esta controversia ya había sido tratada en primera instancia pero se había descartado la información sobre esa lesiones. Incluso la sentencia indicaba de forma categórica que si las heridas de María hubieran sido tan graves, la hipótesis incriminatoria debía ser “descartada totalmente”. La prueba echaba por tierra el principal supuesto de la investigación que la acusaba. De esa manera cobraba sentido la presencia de un tercero. Sólo faltaba una pieza.

El único dato que podía confirmar su estado de salud era una electromiografía que mostraba cómo su mano izquierda había quedado inutilizada, y estaba archivada en el Sanatorio donde Gauna había sido operada. Casi de casualidad, Mauricio Riego pudo recuperar ese estudio nueve años más tarde y presentó el hallazgo en los Tribunales. En 2016 la Corte Suprema de la provincia resolvió anular la sentencia que la había condenado a perpetua, una decisión que fue ratificada por la Nación.

“El 20 de diciembre era el cumpleaños de mi marido, y yo estaba muy mal porque el 2016 fue muy triste, no quería pasar otro año privada de la libertad”, recuerda María. Esa noche no durmió. La posibilidad de ser trasladada a un penal para mujeres la tenía desvelada. “Al día siguiente me llamaron de la Comisaría de la Mujer, me hicieron entrar a la oficina de la comisaría y el jefe de la Alcaidía me dijo: ‘vengo a avisarte que llegó tu libertad’‘. Se quedó paralizada de incredulidad. Por fin, empezaba a recuperar su vida.

El día después

El 21 de diciembre de 2016, un día después de la absolución, Ingrid Gauna y Mauricio Riego fueron hasta Casilda para llevar a María de vuelta a Arequito. Recuperar la libertad y volver al lugar de la tragedia era difícil. “Me acuerdo que estaba en la casa de mi hermana, me levanté a las 6 de la mañana y lo primero que quise hacer fue ir a mi casa. Mientras todos dormían me fui para allá, pero a la media cuadra reaccioné y dije ‘¿qué estoy haciendo?’”. Gauna ya no podía entrar a la que había sido su casa. En 2009, un año después de su condena, la justicia civil la había declarado heredera indigna de su marido y la despojaron del hogar que compartía con Omar Bartorelli. La hermana de la víctima, María Rosa, quedó como depositaria judicial y la casa de la calle Moneta fue ocupada por su hija. “Todavía no puedo recibir mis cosas, ni mi título de docente, ni el álbum de fotos de mi casamiento pude recuperar”.

Luego de la revisión de la condena, la Corte ordenó la reapertura de la causa para encontrar al asesino de Omar Bartorelli, pero las posibilidades de que el crimen se resuelva son mínimas. En la investigación a cargo del fiscal Emiliano Ehret, del Ministerio Público de la Acusación de Casilda, “se están tomando medidas porque hay que hacer una reconstrucción integral de los hechos” para determinar si es posible que el hombre sindicado por María sea el responsable del crimen. “Al día de la fecha no hay pruebas adicionales que apunten a esta persona”. Ehret considera que hubo “una falla en la investigación en cada una de las instancias” que confirmaron como única teoría la culpabilidad de Gauna, pero advierte que se trata de una causa compleja. El abogado de la querella, Hernán Martínez, admite que por el paso del tiempo las únicas pruebas que pueden recogerse son los testimonios de ese momento. “En esta causa es muy difícil que se logre una condena después de tanto tiempo y de la manera en que se trató la prueba”.

Esperando volver a su casa, María Gauna se refugió en Sauce, Corrientes, y volvió a ejercer la docencia. No se fue por miedo, sino por necesidad. Lejos del hogar que construyó con su marido, la acecha un solo pensamiento: “Quiero que se investigue al asesino estando preso, como estuve yo durante 12 años. El sigue caminando por Arequito con total impunidad”. Antes de abandonar la calle Moneta, lo último que hizo fue visitar la tumba de Omar. “Quería charlar con él, le dije que iba a perseverar para que el responsable fuera a la cárcel”.

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