El análisis de fósiles hallados en Israel y China revelaron que la familia humana tiene nuevos integrantes que convivieron con el Homo Sapiens (nosotros).
Una planicie árida, un clima riguroso, pocos recursos. En ese paisaje, un hombre, varios hombres, varios grupos de hombres. En un área, una familia de individuos robustos, de rostros duros; más alejados, otro conjunto de personas de rasgos más cercanos a los nuestros.
Un poco más allá, otro grupo familiar con una fisonomía intermedia. No son apenas tres poblaciones diferentes de seres humanos. Son tres especies distintas: todas humanas, pero diferentes.
Es un escenario que parece sacado de una historia de ficción y, sin embargo, refleja un paisaje que los antropólogos consideran probable unos 150 mil años atrás. Esta imagen de tres especies humanas coexistiendo en el mismo paisaje no es del todo nueva: ya en 2008 se encontraron restos de un ser humano que no era ni neandertal ni Homo sapiens.
Reconstrucción virtual del cráneo del Homo Nesher Ramla, encontrado en Israel. Foto: Universidad de Tel Aviv.
El hallazgo tuvo lugar en la cueva de Denísova, en el sur de Siberia, Rusia, en un área que fue habitada también por neandertales y humanos modernos.
A más de una década de ese acontecimiento, se han anunciado los descubrimientos de fósiles pertenecientes a dos nuevas especies contemporáneas al ser humano moderno. Todavía queda mucho por conocer sobre el mapa evolutivo reciente del ser humano, pero estas nuevas piezas del rompecabezas echan nueva luz (y, a la vez, mayor confusión) al panorama.
Los estudios se publicaron en junio: el primer fósil, hallado en China, se denominó provisoriamente “hombre dragón”, u Homo longi (long significa “dragón” en chino); mientras que el segundo se conoce como Hombre de Nesher Ramla, por el sitio de Israel en que fue desenterrado.
En excavaciones realizadas este año en Israel, un equipo liderado por el antropólogo Israel Hershkovitz descubrió restos fósiles de parte de un cráneo y una mandíbula inferior, que fueron datados en unos 130 mil años. Se trata de una especie desconocida hasta el momento, pero se sabe que conocía el fuego y era capaz de hacer utensilios de piedra y hueso.
Se cree que interactuó con el Homo sapiens (el hombre moderno) y algunos lo consideran un ancestro tanto de neandertales como del ser humano actual.
Excavaciones en Nesher Ramla, Israel, donde se descubrieron restos de una nueva especie humana. Foto: Agencias.
La historia del “hombre dragón” es algo más compleja. Los restos –un cráneo casi completo– se encontraron en 1933 en Harbin, noreste de China, y fueron hallados por un trabajador durante la construcción de un puente.
El fósil permaneció oculto durante décadas, hasta que el paleoantropólogo chino Ji Qiang logró recuperarlo para su estudio. A pesar de que se ha perdido valiosa información al no poder analizar el lugar exacto en que fue hallado, diversos análisis del cráneo determinaron su edad en unos 150 mil años.
El impacto de los descubrimientos
Indudablemente, se trata de novedades de importancia. La pregunta es hasta qué punto. Sobre el tema, Viva consultó a Esteban Hasson, biólogo, investigador del Conicet y director del Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (UBA-Conicet).
“La temática de la evolución humana, como es muy cercana a nosotros, porque se trata de nuestra especie, genera más controversias o disputas que otras áreas. En general, los nuevos hallazgos suelen plantear que van a revolucionar el árbol de nuestra evolución. Yo creo que estos dos descubrimientos en principio son muy recientes y necesitan un tiempo de decantación para tener un panorama más claro que ponga las cosas en su lugar”, dijo el experto.
Las reservas de Hasson son válidas. Ante el anuncio de ambos restos como especies nuevas, voces especializadas se alzaron para plantear un escenario menos controversial. Respecto del fósil de Nesher Ramla, algunos opinan que podría ser una variante de neandertal.
Sobre el Homo longi, en tanto, se han expresado visiones alternativas a la categorización como una especie nueva. El paleoantropólogo británico Chris Stringer, del Museo de Historia Natural de Londres, quien participó del equipo de investigación que estudió el cráneo, emitió hace unas pocas semanas un comunicado al respecto.
Además del flujo génico entre las especies, hubo flujo de información. Es decir, aparte de intercambiar genes también han intercambiado cultura.
Esteban Hasson, biólogo.
“Aunque estoy de acuerdo en que los restos de Harbin justifican un nombre de especie distinto, preferiría colocar los fósiles de Harbin y Dali juntos como Homo daliensis. También considero a Harbin como un posible denisovano, aunque se necesita mucho más trabajo sobre esto. Pero estas diferencias de opinión no deberían desviarnos de que se ha hallado una pieza nueva y notable en el rompecabezas de la evolución humana, un fósil que seguirá aportando información importante durante muchos años por venir”, dijo.
Ilustración que recrea al Homo Longi, hallado en China, en su hábitat.
Stringer hace referencia al hombre de Dali, un cráneo descubierto en China en 1978, cuya clasificación no está definida aún, aunque está claro que representa una fase intermedia entre el Homo erectus y el sapiens.
El panorama es complejo y todavía es demasiado pronto para evaluar su real impacto, así como el lugar que estos fósiles pueden ocupar en el entramado de la evolución humana reciente.
Algo sí es seguro: como afirma Stringer, se trata de hallazgos notables. Con todo, puede no quedar clara la importancia del propio hecho de dedicar recursos y años de esfuerzo para dilucidar el mapa filogenético de la especie humana.
Podría responderse que, por un lado, la ciencia es una búsqueda permanente, sin otra meta más que el conocimiento. Por otra parte, se trata de encontrar respuesta a las ancestrales preguntas de saber quiénes somos y de dónde venimos. Y no solo en el sentido filosófico.
En la última década, gracias al avance de la genómica, se supo que parte de los genes del ser humano actual provienen de los neandertales, en un rango de entre el 1-4 % de la población mundial (a excepción de África).
En la Melanesia, en tanto, se estima que hasta el 6 % de los genes de la población deriva de los denisovanos.
Estos porcentajes no hablan únicamente de nuestra identidad como seres humanos, formada por especies que hasta hace poco considerábamos ajenas; reflejan, sobre todo, la adaptación del ser humano a circunstancias y entornos novedosos.
Se cree que los genes provenientes de los neandertales ayudan al sistema inmunológico a protegerse de enfermedades infecciosas.
En cuanto a los genes “denisovanos”, además de colaborar también con el sistema inmunológico, ha permitido –por ejemplo– que las poblaciones del Tíbet (donde se encontró un fósil denisovano en 1980, aunque recién fue identificado como tal en 2019) se adaptaran mejor a altitudes elevadas.
El mito del eslabón perdido
A mediados del siglo XIX se puso de moda hablar del eslabón perdido, un ancestro que sería la especie intermedia entre los antepasados antropoides y el Homo sapiens.
Ese eslabón faltante sería una pieza de transición en una escala lineal que va de un ser parecido a los simios actuales y que, progresivamente llega hasta el hombre moderno.
Es lo que refleja un conocido gráfico que todavía puede verse en manuales escolares. Sin embargo, hace tiempo que la ciencia ha rechazado este modelo. Hoy se piensa la evolución como un complejo árbol, con diversas ramas y bifurcaciones.
Pero incluso la imagen del árbol resulta insuficiente en la actualidad. Ya en 2007, el genetista estadounidense Michael L. Arnold publicó el libro La evolución a través del intercambio genético, donde propone dejar atrás el concepto de árbol evolutivo: “La evolución se construye como una red que se cruza y se vuelve a cruzar a través del intercambio genético, incluso cuando crece hacia afuera desde un punto de origen”.
En este sentido, Hasson recupera el concepto de “evolución en mosaico”: “Fósiles que combinan características modernas junto con otras más ancestrales o primitivas, lo cual parece sugerir que no es que todo evolucionó en una cierta dirección hacia finalmente nuestra aparición, sino que hubo como ramas colaterales que se entrecruzan, en donde se combinaron este tipo de características humanas primitivas y derivadas”.
Homo longi u Hombre dragón, cuyos restos fueron encontrados en China.
En 2015, Arnold publicó un artículo académico junto con la arqueóloga sudafricana Rebecca Rogers Ackermann y el arqueólogo australiano Alex Mackay. Allí afirman que la hibridación (es decir, la procreación de individuos provenientes de sujetos de especies distintas) no es algo excepcional, sino más bien una constante.
Más aún, la consideran un factor crucial en la evolución: “La evidencia actual de la hibridación en la evolución humana sugiere no solo que fue importante, sino que fue una fuerza creativa esencial en el surgimiento de nuestra variable y adaptable especie”.
Según los autores, la descendencia híbrida puede resultar en individuos “transgresores”, que poseen características genéticas que no se hallan presentes en sus ancestros: “La transgresión puede ser particularmente sorprendente y es una forma en la que los híbridos pueden tener éxito en lugares donde sus padres no. De esta manera, la hibridación se erige como un importante productor de innovación evolutiva, que en determinadas circunstancias puede resultar en una mayor aptitud y éxito evolutivo”.
En 2018, un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), analizó uno de los escasos restos fósiles de la cueva de Denísova, y hallaron que uno de ellos pertenecía a una adolescente (apodada Denny), hija de madre neandertal y padre denisovano. Es el primer caso comprobado de hibridación entre especies humanas.
Debido a que los humanos son primates terrestres con una propensión a las jerarquías de dominación, sospecho que sus interacciones habrían supuesto hostilidad cuando diferentes poblaciones se superpusieron.
Dean Falk, neuroantropóloga.
Hasson, por su parte, recuerda que, en especies muy cercanas en términos evolutivos (es decir, que han evolucionado a partir de un ancestro común en tiempos recientes), es muy común la posibilidad de hibridar.
Pero, remarca: “En el caso de los humanos, lo que parece haber ocurrido es hibridación entre especies ya formadas, es decir, en un tiempo bastante posterior a la divergencia; por ejemplo, entre neandertales y sapiens. Y no solamente que ocurrió, sino que lo estamos viendo como una fuente de nueva variación en el seno de una especie: el genoma humano fue absorbiendo variantes de otras especies que le permitieron, precisamente, tener un éxito evolutivo, en términos de adaptación y dispersión”.
Relaciones de amor y de guerra
Si hubo especies diferentes que generaron descendencia, ¿eso significa que los vínculos entre estas poblaciones heterogéneas fueron pacíficos? Viva le hizo esta pregunta a la neuroantropóloga Dean Falk, profesora en la Universidad del Estado de Florida: “Debido a que los humanos son primates terrestres con una propensión a las jerarquías de dominación, sospecho que sus interacciones habrían supuesto hostilidad cuando diferentes poblaciones se superpusieron. Dicho esto, claramente se estaba produciendo una hibridación, por lo que algunas de sus interacciones probablemente fueron amistosas… Probablemente hayan sido de ambos tipos. Creo que la mentalidad de ‘nosotros o ellos’ (que continúa hasta hoy) es fuerte y ha existido a lo largo de la evolución humana (si no incluso homínida)”.
Hasson imagina la naturaleza de estas relaciones a partir de ejemplos más recientes: “Con las guerras y las invasiones pasaba algo similar. Es decir, las guerras las hacían los machos, peleaban y parte del botín de guerra eran las hembras, con las cuales se reproducían. ¿Habrá sido distinto en el pasado remoto? Yo tiendo a pensar que no”.
Sin embargo, Hasson rescata como más valiosa la “hibridación cultural”: “Lo más interesante del descubrimiento en Nesher Ramla es que se encontraron esos fósiles junto con herramientas líticas, y ese tipo de tecnología parecen haberla compartido con hominidos modernos, que existieron más o menos en la misma época, en esa misma zona de Medio Oriente. Lo cual nos está diciendo que, además del flujo génico, hubo flujo de información: aparte de intercambiar genes también han intercambiado cultura. No sabemos en qué términos, si violentos o con espíritu de colaboración. Compartir cultura no es necesariamente un intercambio pacífico sino probablemente también usurpación de esas cosas”.
Se cuenta que Napoleón dijo que “en la guerra como en el amor, para llegar al objetivo es preciso entrar en contacto”. Parece que esto es algo que ya se sabía desde antes que el Homo sapiens viera la luz del día.