Superaron miles de postulaciones y son los finalistas del Global Teacher Prize y del Global Student Prize, que reparten un millón y 100 mil dólares respectivamente. La historia de cada uno
Dos docentes argentinas fueron seleccionadas entre los mejores 50 maestros del mundo. Tanto Gisela Gómez, que trabaja en el Instituto Provincial de Educación Técnica Nº 85 en General Paz, Córdoba, como Ana María Stelman, que da clases en la primaria N°7 del barrio Hipódromo de La Plata, quedaron entre los finalistas al Global Teacher Prize, que cada año entrega la Fundación Varkey en colaboración con la Unesco. El premio reparte un millón de dólares al ganador.
Del mismo modo, dos alumnos argentinos se posicionaron dentro de los mejores 50 estudiantes del planeta. Se trata de Lisandro Acuña, del Colegio ORT de Buenos Aires, y Mario Sánchez, de la Escuela de Comercio 5005 Juan XXIII de Salta. Ambos fueron elegidos como candidatos para el premio hermano, el Chegg.org Global Student Prize 2021 que se entrega por primera vez y otorga 100 mil dólares al primer puesto.
Gisela y Ana, las dos docentes, fueron seleccionadas entre más de 8.000 postulaciones y nominaciones de 121 países de todo el mundo. Por su parte, Lisandro y Mario se destacaron entre 3.500 alumnos procedentes de 94 países diferentes.
El Global Teacher Prize se entrega por octavo año consecutivo. Un jurado elige a los finalistas a partir de distintos parámetros: los resultados de aprendizaje que logran, el impacto directo en la comunidad a partir de sus métodos de enseñanza, la influencia que tienen en los chicos para convertirlos en “ciudadanos del mundo” y el reconocimiento de organismos locales.
En cambio, el Global Student Prize es la primera vez que se impulsa. Allí el jurado evalúa a los chicos en función de sus logros académicos, de la influencia en sus compañeros, de los proyectos que desarrollaron para ayudar a su comunidad, del modo en que demuestran creatividad e innovación y cómo actúan como ciudadanos globales.
“De uno y otro, estudiantes y docentes, sus historias nos repiten que la educación es la solución, que la educación es la herramienta de transformación más poderosa. Hay muchos elementos comunes entre ellos: creatividad, empatía, capacidad crítica, pasión, humildad y compromiso. Pero hay uno que tal vez reúna a todos ellos: todos ellos -docentes y estudiantes- son grandes aprendices”, destacó Agustín Porres, Director Regional para Latinoamérica de Fundación Varkey.
Tanto para el premio a los docentes como para el galardón a los estudiantes habrá un segundo filtro en octubre en el que solo quedarán diez finalistas. Un mes después, en noviembre, se revelerán los ganadores en una ceremonia virtual que se desarrollará desde París.
Las historias de los finalistas
Gisela Gómez
Gisela Gómez hoy tiene 35 años, pero trabaja desde los 16. Es la tercera de siete hermanos de una familia de clase trabajadora. Hasta convertirse en docente hizo un poco de todo: atendió un videoclub y una panadería, trabajó como vendedora en un local de ropa y como cajera en un hipermercado.
Una vez que terminó el secundario, estudió bromatología, una carrera terciaria que le permitía cumplir con sus obligaciones laborales. La vocación por la docencia se la reveló una profesora de la carrera, que le dijo que le veía “chapa” como maestra y la incitó a completar el trayecto pedagógico. Pidió mayor flexibilidad en el hipermercado, pero su jefa se la denegó. Incluso recuerda que le dijo: “Vos no servís para eso”. La respuesta no la desalentó y tres años más tarde alcanzó el título de docente. El mismo día que se recibió, renunció a su trabajo.
Desde hace diez años, da clases en Instituto Provincial de Educación Técnica (IPET) Nº 85 “República de Italia”, de General Paz, un pueblo pequeño cordobés. Se enfocó en darles herramientas científicas a sus alumnos para resolver problemas de la comunidad. Sus estudiantes crearon dulces ricos en proteínas hechos de nopal y caramelos fortificados con vitaminas C y E; componentes que suelen escasear en las dietas de los adolescentes.
Cuando se enteraron de que uno de los profesores de la escuela era celíaco, desarrollaron mezclas preparadas para hornear sin gluten y organizaron una campaña de concientización sobre esta enfermedad. A su vez, en 2015, tomaron 245 muestras de los tanques de agua de las casas, las analizaron en el laboratorio escolar para verificar la presencia de Escherichia Coli, e impulsarron una campaña de sanitización de tanques de agua. Ese hito hizo que sus alumnos se consgraran en la categoría de ciencias naturales de la Feria Nacional de Ciencia y Tecnología.
Ana María Stelman
Ana María Stelman se recibió como maestra de grado y después estudió Ciencias de la Educación. Da clases en la primaria N°7 en el barrio Hipódromo de La Plata. Cuando arribó a la escuela, el primer consejo que le dieron fue que no hablara de caballos ni de carreras porque los chicos se distraían. Bastó que le dijeran eso para que apostara a enterrar ese prejuicio.
La metodología de Stelman se basa en los proyectos. Está convencida de que involucran a los estudiantes desde su propia realidad. Trabaja con chicos vulnerables, que incluso han llegado a vivir dentro de studs o caballerizas. Asumiendo ese contexto, decidió buscar valores “ocultos” en el barrio, trabajar con el compost a base de bosta de caballo, lombrices y la producción de plantines. La maestra recuerda que uno de sus estudiantes, que aún no estaba alfabetizado, se involucró de tal modo con el proyecto que aprendió a leer.
Ana María suele ser catalogada dentro de la escuela como “la que hace cosas raras”. Otro de sus proyectos se llamó “Los niños gobiernan la República”: consistía en organizar elecciones entre postulantes de todas las escuelas de la ciudad para formar los cuerpos legislativos que sesionan durante un año. A su vez, haciendo uso de la astronomía, gracias a la virtualidad que promovió la pandemia, colaboró con docentes y estudiantes de Ushuaia, Mendoza y Jujuy para medir la extensión del país con un gnomon y desde el patio de sus casas.
En cada uno de los proyectos la estrategia de Stelman es convocar a especialistas, estudiantes avanzados. Ella no busca ser la única voz en el aula: “Los especialistas tienen el conocimiento y yo a los chicos. A veces pareciera que las docentes tenemos que saber todo, pero en verdad nosotros tenemos que enseñar herramientas para que los chicos puedan buscar el conocimiento, lo que necesitan para ser buenos profesionales”.
Lisandro Acuña
Lisandro Acuña, alumno del colegio ORT de Buenos Aires, empezó a competir en la Olimpiada Nacional de Matemáticas con solo 8 años. Hoy, ya con 17, aplica su facilidad con los números y la informática para resolver problemas cotidianos. Junto con un equipo de tres amigos, desarrolló LectO, una aplicación gratuita que edita el texto de tal manera que permite la lectura y la escritura a personas con dislexia.
Cuando el proyecto ya había dado sus primeros pasos, se contactaron con DISFAM, una ONG iberoamericana muy reconocida por su labor por la dislexia- que ofreció su apoyo e invitó a Lisandro y a sus compañeros a presentar la iniciativa en su conferencia bienal en Mallorca. Hasta la fecha, LectO ayudó a 5.000 personas procedentes de Argentina, Uruguay y España.
Mario Maximiliano Sánchez
Su primer nombre es Mario, pero responde más bien al segundo: Maxi. Tiene 17 años y es alumno de la escuela de Comercio 5005 Juan XXIII de General Mosconi, Salta. Maxi forma parte de la comunidad wichi y su nominación se vincula estrechamente con ello. Busca combatir la deserción escolar en su comunidad, muy pronunciada por la maternidad adolescente, incluso sueña con una escuela secundaria y de oficios destinada exclusivamente para ellos.
Con esos objetivos, Maxi está desarrollando una aplicación que traduce del español al wichi y viceversa. La está haciendo por su cuenta y pretende que no dependa de Internet ya que carecen de conectividad. Pese a su corta edad, ya cosechó un puñado de logros: ganó la medalla de oro en las “Olimpiadas de Canguros Matemáticos” y obtuvo el primer premio en el Concurso Provincial de Literatura (poesía de género). También aprendió a arreglar celulares y ofrece tutoriales a sus vecinos. De ganar, con el dinero del premio tiene pensado profundizar su aplicación con otros indígenas que necesiten ayuda para escribir y también comprar herramientas y repuestos para hacer crecer su negocio incipiente.