Tras la derrota electoral, la Rosada viró de restricciones interminables a chau barbijo.
El semblante de la ministra de Salud Carla Vizzotti era sereno, similar que en anuncios anteriores, aunque pretendidamente más empático. Pero lo que varió sustancialmente no fue la forma sino el contenido: como un regalo del Día de la Primavera, el Gobierno nacional decidió poner en marcha este martes medidas aperturistas en la cuarentena por el Covid, apelando a la conciencia de la sociedad.
Más allá de la innegable baja de casos y de la masividad del plan de vacunación, se trata, en su espíritu, de un anuncio exactamente contrario al discurso paternalista y de tono autoritario con el que tan cómodos se sintieron el presidente Alberto Fernández y el gobernador Axel Kicillof. ¿Qué pasó? Pasaron las PASO.
Así, en cuestión de semanas, funcionarios de la Casa Rosada viraron de defender y casi regodearse en público con la prohibición para que vuelvan a sus casas argentinos que se habían ido al exterior -por trabajo o por el pecado de querer irse de vacaciones-, a anunciar que abrirá sus fronteras a los extranjeros. Y lo más simbólico: chau barbijo al aire libre.
El presidente Alberto Fernández, con el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta y el gboernador Axel Kicillof, en una de las conferencias por la cuarentena.
Podrían citarse decenas, pero esa puja con quienes reclamaban más aperturas -por cuestiones básicamente económicas y de salud-, tuvo un par de picos inolvidables: el primero, quizá, fue la guerra contra los runners, ese grupo variopinto de vecinos, que pedía la herejía de poder salir a airearse.
El Presidente lo eligió como punto de inflexión con quien hasta entonces era su “amigo” y luego pasó a ser -por indicación del Instituto Patria- su rival político: Horacio Rodríguez Larreta.
La puja con Larreta
Así como Fernández y Kicillof creyeron poder sacar rédito de un estilo restrictivo, el jefe de Gobierno porteño intuyó que sus votantes le pedían otra cosa. Hacia ahí fue y ganó. Incluso en esta última andanada, también se anticipó: el último jueves anunció nuevas aperturas.
Otro momento cumbre de la pelea, más profundo y sensible, fue el debate por las clases presenciales. Quizá la discusión donde más rédito haya sacado la oposición. Y donde se vio claramente la presión de la Provincia sobre el Presidente para sumarlo a la batalla.
Las consecuencias de esas medidas, con más del 70% de los chicos pobres en el Conurbano, son de un impacto horripilante para el país. El ministro Nicolás Trotta, que las rechazaba pero las terminó avalando, ya ni siquiera está para dar explicaciones.
Allí Kicillof siguió -y pecó- con su lógica “productivista”. Que tuvo contradicciones insólitas: en un momento, los niños podían acompañar a sus padres a un lugar cerrado y transitado como un supermercado, pero no podían ir una hora a la plaza a jugar. Hoy se supone el gobernador está arrepentido o, cuanto menos, consciente de sus decisiones. Dijo que la elección se perdió por el virus.
Es imposible imaginar el impacto de estas medidas -que sumarán anuncios económicos- en las elecciones de noviembre. Sobre todo porque en más de un año y medio de pandemia, con gobiernos (nacional y locales) que en muchos casos mostraron no estar a la altura, sin capacidad de controlar lo que anunciaban y con fotos extremadamente irritantes como el del cumple de Fabiola en Olivos, la sociedad empezó a autorregularse y escucha, hasta ahí, lo que le dictan los funcionarios.